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L’antiga Fonda

HABÍA UNA VEZ UN SUEÑO

Hay una antigua fotografía del padre, Pere de Can Constans. Él está junto a la vía del cremallera que va a Núria y acompaña a los primeros clientes.

La antigua Fonda y nuestros padresLa casa, el cremallera, la montaña del Torreneules al fondo, aún con nieve, conforman un paisaje imponente ya la vez de soledad.

Está allí, sin embargo, en esa imagen donde empieza el sueño del padre.

Hace cincuenta años, Queralbs, como decía su padre, era un rincón de mundo, y el turismo rural un sueño inimaginable, un bien desconocido. Las carreteras que llevaban a la ciudad eran pistas interminables, nuestra casa estaba aislada y un estrecho camino era el acceso más directo al pueblo.

Durante mucho tiempo el transporte, el vehículo más moderno utilizado por el padre y con el que llevábamos todo el material pesado, fue una entrañable burra de nombre Platera, que llevaba sobre sus espaldas las provisiones, cajas de comida, bebidas y los equipajes de unos nacientes turistas que se acercaban perplejos y también ilusionados en nuestro hogar.

Mi padre era soñador por naturaleza y también muy tenaz. Él confiaba y deseaba que la casa de payés se convirtiera en un mesón. Parecía una aventura imposible, pero los años le dieron la razón.

A su lado, siempre la madre, Magda, que, con su sabiduría y fortaleza, le acompañó a lo largo del camino, compartiendo un proyecto, en el que muy pocos creían.

Poco a poco iban llegando clientes, especialmente parejas y familias.

Nosotros, los hijos, que también aumentábamos hasta llegar a seis, compartíamos muchos ratos con ellos. Fueron años de ternura: vigilando las vacas, jugando en los prados, recogiendo moras, dando de comer a las gallinas o ayudando a los padres en las labores del campo y la casa.

Recuerdo las largas conversaciones de los clientes, casi amigos, en la cocina con mi madre, explicándose las vidas. Mi madre tenía un don especial para conocer a la gente y saber tratarla. Era un ser especial; generosa y acogedora, paciente con todo el mundo, tan llena de amor, que todo el mundo le amaba.

El padre, risueño, alegre, haciendo bromas y contando chistes con los clientes y siempre preguntando y queriendo aprender cosas nuevas. A menudo el comedor era una tertulia de personas muy diversas que parecían una sola familia.

Su sueño sigue presente en los hijos, que hemos seguido su camino.