-En los inicios, cuando el padre era muy joven, bajaba a pie al pueblo y llevaba una lechera de 30 litros en la espalda. Iba casa por casa a vender la leche de sus vacas.
-El padre ordeñaba las vacas dos veces al día, por la mañana y por la noche y las ayudaba, cuando tenían que parir. Era un momento muy emocionante, que algunos clientes pudieron presenciar. El ternero se levantaba solo y, poco a poco, se iba acercando a su madre, se guiaba por el olor, por el contacto con su piel y cuando encontraba las metas, enseguida empezaba a mamar.
-Mamá se enfadaba a menudo con las vacas, se le comían el jabón de la ropa restregaban, con la cola, la ropa limpia recién extendida...
-Nuestra madre lavaba a mano en el lavadero de casa, todas las estaciones del año, y en invierno todo lo que extendía se helaba, las prendas se llevarían como si fueran maderas.
-A los padres les encantaban las flores. Mi padre iba a pasear y recogía flores de los prados y las ponía en ramos, en las mesas del restaurante. Mi madre cuidaba mucho las flores del jardín. Tenía hortensias preciosas, dalias, crisantemos, margaritas, lirios, rosas... y en invierno entraba los geranios en casa para protegerlos del frío.
-Por la mañana, a la hora del desayuno, los clientes bebían la leche recién ordeñada y muchos nos recuerdan todavía la nata que hacía, y lo buena que era.
-El desayuno consistía en dulce y salado, es decir tostadas con mantequilla y mermelada y pan con tomate, pero siempre acompañado de la torta de panadero que cada mañana íbamos a buscar al horno del pueblo. La merienda de los niños, casi siempre era pan con chocolate.
-Además de las vacas teníamos cerdos, conejos y gallinas. Alguna vez, a pesar de tener el gallinero bien cerrado, las zorras se acercaron demasiado, consiguieron entrar y se comieron todas las gallinas.
-Los hermanos teníamos que vigilar las vacas por tandas y no poníamos excesivo interés. Más de una vez se habían escapado y nos llamaban los campesinos enojados, porque nuestras vacas habían entrado en sus huertos. --Las vacas también eran muy tranquilas ya menudo tenían la costumbre de parar en medio de las vías del tren, a comer hierba, aunque subiera el cremallera. Los maquinistas debían detener el tren, parar, bajar y echarlas de la vía, de forma algo contundente.
-Las vacas eran muy mimadas y queridas, tanto por el padre, como por los clientes. A menudo se acercaban a la ventana del comedor y los clientes, mientras almorzaban, les daban verduras y frutas.
-Los clientes iban a buscar agua a la fuente, con una jarra y ponían el porrón dentro de la fuente, para que el vino estuviera bien fresco.
-Cuando era la hora de comer y cenar, papá salía con la esquella y la hacía sonar para avisar a todo el mundo de que la comida ya estaba lista y para que los clientes entraran. Ellos solían estar fuera, sentados en la entrada, ya que la escalera se había convertido en otro lugar habitual de tertulia.
-Para denominar las tablas nos regíamos por el elemento identificativo de cada una. Por ejemplo: la mesa de en medio, la de debajo de los platos, la de delante de la ventana, la de delante de la chimenea, la de detrás de la puerta, la de debajo de la escalera, la de la Virgen...
-También los clientes los conocíamos por su nombre Sres. Parera, Sres. Catot, Sres. Nuri, Sres. Casilari, Sres. Caparrós, Sres. Beneyto... O otros por su profesión como por ejemplo los Sres. Sastre, que tenían una tienda de ropa y todavía hoy, con algunos de ellos, hemos continuado la tradición y también llamamos a los hijos por igual.
-Para llegar a casa desde el pueblo, sólo había un camino estrecho y papá tenía que llevar los víveres: cajas grandes de fruta, de bebidas, de toda clase de comida, con una burra de nombre Platera. Gracias a la amada Platera, pudimos hacer durante años la intendencia de la casa. Era un animal bueno y muy fuerte, que incluso había cargado sobre su hombro, algunos electrodomésticos y piezas muy pesadas, también las maletas de los clientes y era normal que algunas señoras de Barcelona, que llegaban al pueblo por primera vez e iban con vestido y zapatos de tacón, también subieran sobre la Platera.
-Nuestro padre era muy creyente, le gustaba ir a misa y visitar iglesias, también era muy inquieto artísticamente y le gustaba ver todo tipo de monumentos, museos, ciudades. Los hijos tardamos un poco en compartir su afición por el mundo del arte. Tuvieron que pasar unos años, para que nosotros también aprendiéramos a amar y valorar, como él, la belleza de tantos sitios.
-El padre tenía sus costumbres y una de ellas era subir a pie a Núria cada 29 de junio, el día de su santo. Le gustaba disfrutar de esta fiesta, bailar sardanas, comer papillas...
-Lo que también hemos seguido los hijos es la tradición de llevar una pequeña pequeña pequeña capilla, con las figuras de la Sagrada Familia, en las otras casas.
-Como éramos amigos de la familia que vivía en la estación y había mucha confianza, alguna vez cuando algún cliente hacía tarde para tomar el tren cremallera, papá llamaba al jefe de la estación y le pedía a la cabeza, si por favor, podía hacer esperar el tren hasta que llegaran los clientes de casa.
-Con la llegada del buen tiempo, los hijos acompañábamos al padre, a llevar las vacas en lo alto de la montaña. Estaban todo el verano, hasta que volvíamos a buscarlas en otoño.
-Mamá, cuando bajaba al pueblo, ya fuera para ir de compras o en la iglesia o en la peluquería, se arreglaba muy bien y como el camino estaba en muy mal estado, se ponía alpargatas, pero al llegar a la entrada del pueblo, las guardaba en una bolsa y se ponía los zapatos de mudar para ir bien guapa y elegante.
-Al padre le encantaba la ópera y ésta sí que es una pasión que ha contagiado a algunos hijos. Cuando ordeñaba las vacas les cantaba canciones, fragmentos de ópera o hablaba con ellas, mientras las acariciaba y les rascaba la cabeza.
-El padre a menudo iba al Liceu, no quería perderse ningún estreno. Tenía pasión por las óperas, una pasión que mi madre no compartía demasiado.
-Los Reyes siempre nos traían libros. Libros de cuentos de Walt Disney, los Cuentos de Andersen, los libros de Folch y Torres, Quijote... Cuando éramos pequeños, cabe decir, que no eran los regalos más esperados y apreciados, pero lo cierto, es que los libros siempre han estado a nuestro lado, los hemos aprendido a amar y se han convertido en los compañeros de viaje de toda la familia.
-El padre era un gran lector. Leía muchos libros, sobre todo de poesía y nosotros lo recordamos, ya de pequeños, leyendo también el diario, el Correo Catalán. Era suscriptor y le llegaba todos los días, con el cremallera de las 12 del mediodía. Se pasaba horas y horas repasando el diario de arriba a abajo.
-Mi padre era muy sociable, sensible, inquieto y le gustaba aprender de todo el mundo... Siempre preguntaba, ya que tenía muchas ganas de conocer. Era muy alegre y solía contar anécdotas a los clientes, sobre todo, cuando servía las tablas.
-Mamá era una mujer de un corazón enorme, sensible, inteligente, elegante y con mucha paciencia. Tenía una gran empatía con los demás y sabía cómo tratar a las personas. La cocina era a menudo el lugar de encuentro, tertulia y consulta de muchos clientes. Sabía escuchar, aconsejar, ayudar… y siempre tenía una palabra amable. La gente le quería mucho.